TOMÁS MORO,
escritor, político, jurista, estadista
y franciscano, nacido en Inglaterra en 1478, ilustra con claridad la
verdad fundamental de la ética política. Su figura es reconocida como
fuente de inspiración para una política, cuyo fín
supremo sea la prestación de servicio a la persona humana.
Se
distinguió por la constante fidelidad al Rey Enrique VIII, a las
Autoridades y a las Instituciones legítimas, porque en ellas quiso
servir,
no al poder, sino al ideal supremo de la justicia. Su vida enseña que
el gobierno, antes que nada, es un ejercicio de virtudes.
Promovió la justicia é impidió el influjo nocivo de quiénes buscaban sus propios intereses en detrimento de los débiles.
Su
indefectible integridad moral, su ilusión por los valores, su pasión
por el honor antes que nada, su enorme bagaje intelectual,
son propiedades que adornaron su sorprendente y enternecedora
personalidad.
Su
obra es de una belleza que parte el alma. Un hipnótico prodigio
literario. Un rompeolas de nuestras soledades. Es un placer inolvidable
leerla, si simple y llanamente se deja uno
llevar por los dulces aromas del paraíso de las palabras.
Coherente
con sus convicciones cristianas cayó en desgracia del Rey Enrique VIII
-símbolo del poderío inglés-, al oponerse a sus pretensiones y dimitió
(antes de que el sentimiento de repulsa del soberano apareciera), de sus
capitales funciones estatales ya que no quiso apoyarle.
Hastiado,
se retiró de la vida pública, aceptando sufrir con su familia -esposa y
cuatro hijos-, la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se
mostraron falsos amigos. Se desprendió de honores y riquezas y jamás le
asaltó la vanidad del éxito en sus funciones.
El Rey volvió a llamarle. Le encargó importantes funciones estatales y gestiones representativas en el extranjero.
Rehusó -nuevamente-, hacer concesiones al monarca que no concordaran con los principios de libertad, honor y justicia a los
que
Moro
defendía y practicaba. No se dejó vencer por la presión psicológica a que fué
sometido en su encierro y rechazó el despotismo sin control.
No se
hizo esperar el ejercicio del poder absoluto del Rey y sus reflejos
desalmados atraparon y encerraron a Tomás Moro -sin asideros notables,
con falsos amigos-, en un bucle diabólico, del que pudo librarse, al
despeñarlo -Enrique VIII-, al precipicio de la muerte. (Fué decapitado
en la Torre de Londres en 1535).
Su
santidad, que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida
de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo. La práctica de su
independencia integral ha quedado inmortalizada en el escasamente
visitado museo de lo heroico.
Por la
inalienable dignidad de su conciencia. Por su imperecedera coherencia
moral. Por entender que la primacía de la verdad está por encima del
poder. Por la defensa del cristianismo ante el despotismo anglicano. Por
tantos maravillosos ejemplos y secuencias que engrandecieron su alma y
figura:
Fué beatificado por León XIII en 1886.
Fué canonizado por Pío XI EN 1935.
Proclamado PATRÓN DE LOS GOBERNANTES Y POLÍTICOS en el 2000 por Juan Pablo II.
Honorable Alcalde de Palma de Mallorca
Estimado amigo,
Con
el debido respeto y amparado en la libertad de expresión (educadamente,
por supuesto), me he permitido exponer, sin sentido peyorativo alguno,
una síntesis de lo que fué uno de los personajes que, en los aspectos
religioso, social, jurídico, político y de gobernanza, dió
una
magistral lección de integridad y un monumental ejemplo de lo
que debe ser la gestión y honrada dedicación al bien común.
No siempre las palabras están cómodamente situadas en uno o en otro polo. Hay oscilaciones interesantes a lo largo del tiempo.
Voy a presentarle algunos ejemplos.
CÓMPLICE.
Toda la vida era el que ayudaba en la comisión de un delito. Ahora es
la persona que se entiende afectivamente con otra. El amor es
COMPLICIDAD.
MONSTRÚO. Era más bien un ser horrible, cruel, despiadado. Hoy puede ser una persona adorable, sobresaliente y
extraordinaria.
PROVOCADOR. Tradicionalmente, hoy, puede ser una persona admirable, adelantada a su tiempo.
PERPRETAR. Ocasionalmente, este verbo, se utiliza hoy, en el sentido de hacer un buen trabajo, no en el de cometer un delito.
He
recurrido al pensamiento impregnado de los ideales del
humanismo del Santo Mártir, Tomás Moro, como concepto neutralizador del
verbo PERPETRAR (acepción usada, en una de sus variantes, para definir
delitos cometidos por políticos y gobernantes), al efecto de
diferenciarlo de lo que es abordar y realizar un buen trabajo en bien de
los gobernados.
Desarmar
al político gobernante que perpetra acciones -incertidumbre,
desasosiego, desesperanza, despropósito, discriminación,
ilegalidad-, que no se corresponden con el cometido que se le
ha asignado, es una obligación moral, firmemente apoyada por el derecho
constitucional que asiste a los ciudadanos afectados.
Al
fin y al cabo, estos contribuyentes -al erario público y a la
Sociedad-, no hacen más que alertarle é informarle de fallos y defectos
que usted,
estimado amigo, debiera agradecer. Son "empleados no remunerados" que
suplen las obligaciones que no cumplen
cargos electos a sus órdenes y otros "funcionarios holgadamente
retribuídos", ¡precisamente por aquèllos a los que no se quiere escuchar
y atender". ¡Qué paradojas, amigo Mateo!
Me
consta que algunas asociaciones de vecinos le han manifestado su
disconformidad -de palabra, mediante comunicaciónes escritas, prensa,
radio y televisión-, por haber sido objeto de falta de atención,
conculcación de sus derechos ciudadanos y olvido de sus fundadas quejas,
apoyadas en informaciones gráficas, difundidas profusamente y, por
tanto, necesariamente llegadas a su conocimiento.
En
definitiva, Excmo. Sr. Alcalde Don Mateo Isern; no hay constancia de
que ejerza correctamente los deberes a que le obliga su cargo público,
según le atribuye formalmente "vox populi".
Grave
es la perpetración de acciones, aún detentando un poder absoluto como
es el caso de Enrique VIII. Pero es gravísimo hacerlo en una democracia,
supuestamente consolidada.
El cristianismo posee
la combinación de una figura carismática como Jesucristo y de un
intelectual de primera clase como San Pablo.
En
Santo Tomás Moro -con todo respeto lo digo-, confluían esos rasgos é
ideales, cualidades que los ciudadanos desearíamos que poseyera -para
dignificarla-, cierta clase política gobernante que en vez de remontar
el vuelo sale tocada del ala.
Hace tiempo, querido amigo, que me olvidé de los precursores sofistas griegos. ¿Por
qué?.
Sencillamente, porque para el sofista, el
saber tiene una finalidad lucrativa y, para el filósofo, un camino hacia
la plenitud humana.
Varias veces, siendo
candidato a la Alcaldía, le oí decir en sus exposiciones mitineras: "se
necesitan políticos valientes, sin complejos y de una forma de ser y
estar en política que rompa los esquemas habituales. Personas
radicalmente libres".
Como no soy el soñador que fuí, no puedo y quisiera decir: ¡Amén!. ¡Qué tiempos aquéllos! ¡Qué ilusión
había por los ideales!, valga la
redundancia.
No deseo flajelarle y mortificarle
más. Soy amigo de los amigos y, por lo tanto, de usted. Por ello y,
aunque pudiera, no deseo que emule la fecunda labor y pensamiento de
Moro, en evitación de ser decapitado políticamente. ¡Dios me libre!´.
Pero sí que corte o evite la deriva hacia esa tortuosa relación que
muchos políticos, cegados por el orgullo, se han labrado para
perderse. Javhé dixit.
Quedo, amigo Mateo, a su disposición para atenderle. Mi exposición, créame, no es retórica, sólo pretende ser pedagógica.
Un abrazo
Maimónides