Conocido como George Santanyana 1863-1952 |
En esta ocasión, el Cardenal Rouco afirma que somos responsables de que una gran tradición espiritual que ha configurado la historia del alma de Espala renazca, y que la eterna novedad de Cristo vuelva a florecer en nuestro país. Traer a la memoria -como hace el Cardenal- la fuerza del amor cristiano posibilita la comprensión de una vida de servicio a España, de rectitud y fortaleza, de búsqueda activa de reconciliación. El acento lo pone Rouco Varela en la reconciliación y no en la contienda civil.
Dice que Suárez buscó la reconciliación con el fin de superar la Guerra Civil, con el firme propósito de anular la ira retributiva en que algunos todavía viven insatisfechos. Cierta clase de hombre quiere librarse del conocimiento cristiano, un patrimonio espiritual y religioso patente en la vida de los pueblos, una tradición, una historia y unos valores que son los nuestros. Este es el mal que asume una determinada clase política y frente a la que advierte el Cardenal -si se lee la homilía en su integridad- apelando a la necesidad de la influencia de la religión en el ámbito prepolítico, en el ámbito social y cultural, en la configuración de la familia, donde se encuentran los auténticos y fundamentales valores para edificar la esperanza.
El interés por alejar a la opinión pública de la verdad, ha contribuido a que los medios de comunicación, distorsionando la información con la insidiosa selección de una frase, estimula la reprobación del Cardenal, objetivo y miseria habitual de gran parte de la clase política de nuestro país, fustigadora de cuantos cuentan ideas capaces de alterar sus proyectos y sus intereses particulares.
La costumbre de juzgar las cosas por las difeeencias de lo que fueron ayer, no parece un esfuerzo banal. De la presencia del pasado en el presente dependen todas las actuaciones que conducen al conocimiento. Para el hombre de cultura el pasado es materialmente relevante: solo el perverso ve lo inmediato. Solo quienes son capaces de recordar pueden albergar cierto sentido de pertenencia, compartida por todos. Decía Nietzsche que el hombre superior es el ser de la más larga mesura. Lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre. El pasado tiene razón. Si no se la da, volverá a reclamarla.
Todo lo que aglutine una oposición significa una intolerable actitud conservadora. Es la retórica de la izquierda predominante en la cultura, dominada por el odio y el resentimiento que incapacitan para la construcción de una sociedad justa y que solo encuentra resistencia en el pensamiento fuerte y riguroso de la Iglesia. La clase política no soporta lo que puede decir la Iglesia sobre el hombre, cuando la vida misma se ha convertido en objeto de la política. Arrogarse la verdad sobre la naturaleza humana y los derechos inherentes, se ha convertido en patrimonio del poder político, que aparece como único depositario de la moralidad y fuente de la verdad.
Algunos turbados comentaristas -para desacreditar al Cardenal y por ende a la Iglesia- han recurrido a las palabras de Montesquieu cuando afirma que es una experiencia eterna que todo hombre investido de autoridad tiende a abusar de ella. Han calificado al Cardenal como arzobispo residual - guarde silencio, sus palabras nunca han sido las de la Iglesia de la concordia, sino las del enfrentamiento - sus palabras son indignantes, fuera de lugar e invocadoras de fantasmas - homilía absolutamente impresentable y facistoide - y . personaje sacado de Atapuerca.
Refiriéndose a Suárez, el Cardenal Rouco afirmó: "QUE EL PRESIDENTE QUERÍA SUPERAR PARA SIEMPRE LA GUERRA CIVIL, LOS HECHOS Y LAS ACTITUDES QUE LA CAUSARON QUE LA PUEDEN CAUSAR". Sacadas deliberadamente estas palabras de contexto, propiciaron la reacción furibunda de una sacralizada izquierda política y de otra que la secundó. Una especie de contubernio urdido para, injustamente, desacreditar al ungido y honrado Prelado. Para los que estamos avezados a los manifiestos miserables, consideramos que la esperada respuesta de estos incapaces lleva implícito el no tolerar una cultura influenciada por la religión y, por ello, lanzaron maldiciones de una dimensión proporcional al desprecio que sienten por la tradición cristiana.
Cierto es que lo que combatimos en los demás, es algo difícil de soportar en nosotos mismos. El Cardenal Rouco Varela ha aconsejado y advertido desde premisas de verdad y no hay réplica posible al relato, ya que en él no se vislumbran trazos ni gestos que apunten a la posibilidad de entablar una batalla dialéctica. Las mareas suben y bajan -esto lo saben los habitantes de las riberas del Atlántico- pero existe el peligro de inundación cuando suben. Por ello el Cardenal se ha resguardado y, con firmeza y exquisita elegancia, ha evitado alimentar la radicalización y su extensión por parte de los cautivos de la ilusión: La ilusión de trastornar lo que es verdad estructural y no mentiras coyunturales.
No es posible una impresión secularista de la democracia y del Estado de Derecho. No es posible enmudecer a la Iglesia y solicitar su retirada del foro político. No es posible la simulada discreción de lo correctamente político en el anuncio de la fe, ni fijar los límites de la Religión en un ejercicio intolerable de voluntad de poder contra la misma libertad de expresión. Si la Iglesia se apunta al pragmatismo que determinados sectores ideológicos parecen exigirle, y consiente en quedar silenciada del ámbito público, no solo habrá renunciado paradógicamente al anuncio de la fe, sino que dejaría de representar el núcleo central y el servicio de toda cultura auténtica, que no es otro que exponer la presencia de lo divino en la sociedad. Amén.
Cuaresma de 2014, Amor fraterno en Semana Santa. Feliz Pascua de Resurrección
Ramón Quiñonero Solano - 8 abril de 2014
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