miércoles, 1 de julio de 2015

Salmo XVII - Francisco de Quevedo


Francisco de Quevedo, inmortalizado por Diego Velázquez - Nació en Madrid en 1580 y murió en Villanueva de la Fuente en 1645
De Quevedo, Max Aub dijo: "En él todo es peculiar, basta un giro, un aire, para hacerlo inconfundible. Echanle en cara que sus ideas no son nuevas. Pero ¿hay ideas nuevas?. Quevedo imprime su sello en cuanto es suyo. No se le puede pedir más a un escritor.

Es el gran adelantado del "no". En esto se afirma como hombre. Quevedo niega desde el principio, y por principio. Sirva de ejemplo uno de sus poemas más famosos: la Epístola Censoria al Conde Duque de Olivares".

No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

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Salmo XVII

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo mas corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada, 
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

Francisco de Quevedo 

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